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Viticultura ecológica

En Aibar-Oibar, y en la Baja Montaña, aun persisten usos tradicionales del suelo mezclados con cultivos de cereal y frutales de secano. El olivo, que no penetra hacia el norte más que por el portillo Leire-Izco, encuentra en la zona su terreno ideal. Cada época del año tiene un colorido diferente, como si el solpintor la fuera decorando con cada estación. Las viñas tiñen de verde los valles tomando el relevo al cereal ya dorado para ir tornándose en rojo intenso en los primeros días del otoño. Montes pelados aguardan los fríos días, hasta que poco a poco, las laderas de almendros en flor indican que la primavera comienza a despertar.

 

Así ha sido generación, tras generación, y aun hoy, algunos se afanan por conservar la belleza de esta diversidad. Victorino Ibero es uno de los herederos de una de estas tradiciones centenarias: la viticultura. Cuando aun no levantaba un metro del suelo, acompañaba a su padre, con la yegua de casa, a la viña. Allí aprendió todos los secretos de la viticultura, en esa época, hace cuarenta años, las uvas no se trataban con productos fitosanitarios, toda la química que recibían era la del cuidado constante, la del mimo, la del cariño continuo de sus amos. Allí aprendió a desforracinar, a emplear abono natural, a podar, a sermentar, a vendimiar como lo hacía su abuelo y el abuelo de su abuelo.

 

Para preservar este legado decidió emprender una aventura en solitario: producir un vino ecológico, en cuya elaboración no hubieran intervenido productos químicos y el suelo, la vid y las uvas no hubieran tenido contacto alguno con pesticidas, fertilizantes sintéticos o manipulaciones genéticas. Para ello, a lo largo de varios años, fue saneando, curando y desintoxicando algunas hectáreas de tierra en Aibar-Oibar. En ellas plantó viñas nuevas, de manera que se pudiera garantizar un proceso ecológico desde la plantación.

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